A veces siento que me pongo condiciones para quererme: alcanzar un peso específico, tener el cabello de cierta forma o color, vestirme según lo que está en tendencia, encontrar una pareja o cumplir con algún estándar. Pero me doy cuenta de que puedo valorarme y aceptarme justo como soy, en este momento. No tengo que esperar a que algo cambie para amarme completamente.
Es liberador darme cuenta de que el amor hacia mí misma no debería depender de cumplir con expectativas externas o internas. Muchas veces he caído en la trampa de pensar que primero tengo que «arreglarme» o alcanzar ciertas metas para sentir que merezco amor, respeto o cuidado. Pero eso no es justo conmigo misma. No tiene sentido postergar el amor propio, porque es algo que puede existir aquí y ahora, sin importar cómo me vea, qué tan lejos esté de mis objetivos o qué piense la sociedad.
Quererme tal como soy no significa que renuncie a mejorar o a trabajar en mis metas. Al contrario, desde el amor hacia mí misma puedo encontrar la motivación para avanzar, pero sin presión ni crítica constante. Puedo aceptar mis imperfecciones y, al mismo tiempo, reconocer mi valor. Este equilibrio me permite disfrutar del proceso de crecimiento, en lugar de vivir obsesionada con el resultado.
Además, he aprendido que cuando me trato con amabilidad, cuando me hablo con ternura y dejo de compararme con otros, mi vida se siente más ligera. Mi relación conmigo misma afecta todo lo demás: mis decisiones, mis relaciones con los demás, e incluso cómo enfrento los desafíos. Si me quiero y me respeto, puedo construir una base sólida para vivir de manera más plena y auténtica.
Amarme ahora, en el presente, no es egoísta ni narcisista. Es un acto de rebeldía en un mundo que constantemente me dice que no soy suficiente. Es darme permiso para ser feliz tal como soy, mientras sigo creciendo y evolucionando a mi propio ritmo. Porque al final del día, si no me amo y me acepto a mí misma, ¿cómo puedo esperar que otros lo hagan?
Amarme ahora, tal como soy, es también un acto de libertad. Es dejar de vivir atada a la aprobación de los demás o al miedo al rechazo. Cuando me doy cuenta de que no necesito ser perfecta para merecer amor, me libero de la carga de tratar de encajar en moldes que ni siquiera me representan. No se trata de conformarme, sino de reconocer que mi valor no depende de mi apariencia, de mis logros, ni de las opiniones ajenas. Mi valor es intrínseco, simplemente por existir.
Es curioso cómo nos enseñan desde pequeños a buscar validación fuera de nosotros mismos. Aprendemos a medirnos por estándares que cambian con las tendencias o las expectativas sociales. Sin embargo, en este camino, olvidamos que el amor más importante es el que nace desde dentro. Ese amor es el que nos sostiene en los momentos difíciles, el que nos impulsa a cuidarnos, y el que nos da fuerzas para seguir adelante incluso cuando fallamos.
Claro que hay días en los que es más difícil practicar este amor propio. A veces, la voz crítica en mi mente es más fuerte, y caigo en el hábito de juzgarme o compararme. Pero incluso en esos momentos, puedo recordar que está bien no ser perfecta. Puedo hablarme con compasión, como lo haría con un amigo querido. Porque el amor propio no es un destino final, es una práctica diaria, un compromiso constante conmigo misma.
Cuando me permito este amor incondicional, me doy cuenta de que las cosas que creía necesitar para ser feliz pierden su poder sobre mí. No significa que deje de desear ciertas cosas, pero ya no las veo como requisitos para sentirme completa. Mi felicidad y mi bienestar ya no dependen de encajar en una talla específica, de cumplir con ciertos cánones de belleza, o de estar en una relación romántica. Mi felicidad empieza aquí, dentro de mí, y se expande hacia el mundo cuando la acepto y la celebro.
Este cambio de perspectiva transforma todo. Me hace más consciente de lo que realmente importa: mi salud, mi paz mental, mis conexiones auténticas con los demás. Me permite enfocarme en lo que me nutre, en lugar de lo que solo alimenta mis inseguridades. Y desde este lugar de amor y aceptación, puedo dar más de mí misma a los demás, porque no estoy actuando desde la carencia, sino desde la plenitud.
Así que, cada día que pasa, trato de recordarme esto: no tengo que esperar a que las cosas sean perfectas para quererme. No tengo que alcanzar un ideal inalcanzable para ser digna de amor. Hoy, ahora, en este instante, soy suficiente. Y eso es más que suficiente.