La mente, ese complejo conjunto de pensamientos, recuerdos, juicios y emociones, no es la totalidad de lo que una persona es. Aunque a menudo actúa como protagonista en la vida, determinando las decisiones, las percepciones y las reacciones, en realidad, es solo una parte del vasto universo que constituye a cada ser humano. Esta mente ha sido moldeada, entrenada y condicionada a través de las experiencias, de las rutinas y de los aprendizajes de toda una vida. Al final, ha llegado a creer que es la dueña del escenario, la que lleva el mando en todo momento.
Pero en el fondo, la verdadera esencia de un ser humano va mucho más allá de su mente. Está enraizada en una presencia más profunda y expansiva que no se reduce a los pensamientos o a los patrones mentales que constantemente circulan. Esa esencia es el «ser» que observa todo lo que ocurre, que está ahí en el silencio de la noche o en la paz de una mañana tranquila. Es el espacio entre cada pensamiento y cada emoción, una consciencia que es capaz de observar sin identificarse, sin quedar atrapada.
La mente, en cambio, puede ser tanto una aliada como una trampa, dependiendo de cómo se le permita operar. Su naturaleza es crear y mantener patrones de pensamiento, a menudo basados en el pasado o en las ansiedades del futuro. A veces, se involucra en el proceso de interpretar todo lo que ocurre, muchas veces con sesgos y creencias que le han sido inculcadas a lo largo de los años. Por eso, suele asumir el papel de quien controla, creyendo que tiene el poder absoluto. Sin embargo, este poder solo existe porque se le ha concedido.
Liberarse de esa percepción requiere una comprensión profunda: la mente es una herramienta, un aliado poderoso si se le usa con sabiduría, pero no la totalidad de lo que una persona es. Cuando se aprende a observar sus movimientos sin identificarse, sin dejar que dirija el espectáculo, es posible experimentar una paz y una libertad que no están atadas a sus vaivenes. La vida empieza a vivirse con una perspectiva más amplia y plena, sin la limitación de los pensamientos recurrentes o los condicionamientos.
Al aprender a tomar un poco de distancia de la mente, a observarla con curiosidad y sin juicio, la verdadera esencia de cada individuo empieza a emerger. Esta práctica es un viaje hacia una comprensión más plena de uno mismo, que permite reconocer que detrás de todos esos pensamientos y creencias existe algo mucho más vasto y estable. Ese “ser” que observa es, en última instancia, quien verdaderamente somos, más allá de la mente que ha sido entrenada para creer lo contrario.