En cada uno de nosotros aún vive ese niño

En cada uno de nosotros aún vive ese niño

A el niño interior, ya podemos empezar a decirle todo lo que nunca le dijimos y estuvo ausente en nuestro afán de ser grandes.

Si le digo al niño cuánto lo valoro, cuánto significa para mí, lo increíble que luce y lo especial que es con su inteligencia y simpatía, si le hago saber que admiro cómo hace las cosas, que equivocarse está bien mientras aprende, y que siempre estaré a su lado pase lo que pase… el talento y las capacidades que ese niño podrá mostrarme serán sorprendentes. Todos llevamos un niño en nuestro interior.

Cuando hablo con ese niño y le expreso cuánto lo valoro, cuánto significa para mí y lo importante que es en mi vida, algo en él comienza a florecer. Si le digo lo maravilloso que es, lo increíble que luce, lo simpático e inteligente que me parece, puedo notar cómo esas palabras le llenan de confianza. Cuando le dejo claro que me encanta su forma de hacer las cosas, aunque sean diferentes, y que está bien equivocarse porque es parte de aprender, él empieza a entender que no tiene que ser perfecto.

Si además le hago sentir que siempre puede contar conmigo, que estaré a su lado pase lo que pase y que no importa cuán difíciles sean las situaciones, siempre tendrá mi apoyo, algo mágico sucede. Ese niño se siente seguro, amado y capaz de enfrentarse al mundo. Con todo ese apoyo y amor, el potencial que desarrolla es asombroso, como si de pronto todas sus cualidades brillaran con una fuerza inesperada.

Esa capacidad de sorprendernos, de mostrarnos de qué es capaz cuando se siente aceptado y respaldado, es algo que todos llevamos dentro, porque en cada uno de nosotros aún vive ese niño, esperando ser escuchado, valorado y amado de la misma manera.

Ese niño interno, que muchas veces hemos silenciado o ignorado, sigue ahí, esperando nuestro abrazo, nuestras palabras de aliento y nuestra aceptación incondicional. Cuando le hablamos con ternura y le recordamos que no tiene que cumplir expectativas irreales para ser valioso, le estamos regalando el permiso para ser auténtico. Es como si le devolviéramos las alas que alguna vez sintió que había perdido.

Al escucharle y reconocer sus miedos, sus errores y sus sueños, le mostramos que no necesita esconderse ni protegerse tras una máscara de perfección. Le decimos que está bien ser vulnerable, que está bien tener días malos y que incluso en esos momentos es digno de amor y respeto. Ese niño comienza a sanar, a confiar en sí mismo y a descubrir que dentro de él siempre ha habido una chispa de grandeza.

Cuando hacemos esto, no solo le ayudamos a él, sino también a nosotros mismos, porque reconectar con nuestro niño interior nos devuelve una frescura y una alegría que quizás pensábamos olvidadas. Aprendemos a ser más amables con nosotros mismos, a celebrar nuestras pequeñas victorias y a enfrentar los desafíos con el mismo espíritu curioso y valiente con el que un niño explora el mundo.

Y lo más maravilloso de todo es que, al honrar a ese niño interno, también inspiramos a otros a hacer lo mismo. Nuestra compasión y amor propio se vuelven un reflejo para quienes nos rodean, mostrando que todos, en algún rincón de nuestro ser, llevamos un niño que solo necesita sentirse querido, protegido y libre para ser quien realmente es.

A medida que nos reconectamos con ese niño interior, algo profundo cambia en nuestra perspectiva. Empezamos a vivir con más autenticidad, dejando atrás las cargas de juicios externos y los estándares inalcanzables que nos hemos impuesto. Nos damos cuenta de que no se trata de perfección, sino de aceptación, de abrazar todas nuestras partes: las fuertes, las frágiles, las que hemos amado y las que hemos rechazado.

Ese niño nos recuerda la belleza de las cosas simples, como reír sin motivo, sorprendernos con un amanecer o simplemente disfrutar del momento presente sin preocuparse por el futuro. Nos devuelve esa capacidad de maravillarnos ante la vida, de jugar, de soñar en grande y de creer que todo es posible.

Cuando le permitimos a nuestro niño interno expresarse, también le damos espacio para sanar heridas que quizás hemos llevado por años. Esas palabras de aliento y amor que le decimos ahora pueden llenar los vacíos que quedaron por cosas que no escuchamos en su momento. Y, al hacerlo, no solo nos sanamos a nosotros mismos, sino que rompemos ciclos de crítica y exigencia que a veces transmitimos sin querer a quienes nos rodean.

Vivir desde ese lugar de autenticidad y conexión con nuestro ser más puro también nos vuelve más comprensivos con los demás. Reconocemos al niño en ellos, al igual que en nosotros, y podemos tratarlos con más empatía y paciencia. Nos damos cuenta de que todos estamos navegando nuestras propias historias, cargando nuestras propias luchas y buscando lo mismo: amor, aceptación y pertenencia.

Así, poco a poco, al cuidar de nuestro niño interior, no solo transformamos nuestra relación con nosotros mismos, sino también con el mundo. Nos volvemos una luz para los demás, recordándoles que nunca es tarde para empezar a amarse y aceptarse tal y como son. Y ese cambio, aunque parezca pequeño, tiene el poder de transformar todo.

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *